Miraba desde el último piso su vida en
perspectiva. Había llegado a la conclusión de que nada de él era necesario en
el mundo, de que nadie reparaba en su existencia y ni siquiera llegaría
a construirse algo verdaderamente importante con él, como un hogar o una
empresa. Rojo de ira se lanzó al vacío. Cayó pesadamente, pero algo amortiguó el
golpe. La cabeza de un transeúnte se rompió donde el Ladrillo Suicida aterrizó.
Era el segundo cuerpo que malograba sus intenciones. Lentamente, comenzó el
ascenso por tercera vez.