octubre 25, 2012

La Ciudadela


Día 3 (¿?) aquí, primer día de este registro.

Hace ya varios días que no veo a mis compañeros de viaje. Creo que me perdí aquí. ¿Dónde? No tengo la menor idea. He recorrido este lugar pero no encuentro la salida, ni siquiera una posible entrada. Las paredes de los corredores y los cuartos están hechas de piedras negras y ásperas, bastante duras, sin ninguna decoración ni nada parecido. Pensándolo bien esto es como un laberinto, pero uno no se da cuenta sino hasta después. Es difícil saber cuánto tiempo he estado aquí; no se puede ver la luz del sol. No hay tragaluces. No hay ventanas. Pienso que días, horas y todas las medidas de tiempo que usamos devienen obsoletas en este lugar, pero es la única forma que tengo por ahora de percibir (tratar de percibir) que sigo en el mundo de los vivos.

Ya no recuerdo cómo llegué a este sitio. La leve fiebre que tenía empeoró y me indujo en una especie de letargo, pero es casi seguro en mi memoria que tres más de la expedición entraron conmigo. Cuando se despejaron mis pensamientos, mis compañeros ya no estaban a mi lado. Mi falcata tampoco. Totalmente solo y sin provisiones comencé a buscar a mis acompañantes o, por lo menos, algo de comer. Caminé mucho a través de la red de corredores y cámaras. Llegué a perderme dos o tres veces en las mismas habitaciones. A donde miraba aparecía una sombra impenetrable a lo lejos; mis ojos duplicaban las pocas antorchas y las paredes, y no sabía si realmente avanzaba.
A pesar de la falta de iluminación natural, todo este edificio (imagino que es una fortaleza compleja o algo similar) tiene antorchas. Aunque pocas, una singular serie de espejos por todas partes provoca que la insuficiente luz se refleje y multiplique, facilitando desplazarse y ver más adelante. Los espejos van desde el tamaño de un huevo de gallina hasta algunos que cubren toda la pared, del piso al techo. El efecto que producen también me hace creer por momentos que hay más personas aquí. A veces me asusto, pero solo es mi imagen que se repite momentáneamente ahí donde uno pensaría que comienza un corredor lateral o la entrada a un cuarto.
Al cabo de un rato, desanimado, dejé de errar para hacer un recorrido en línea recta y así tal vez encontrar una pared final en este lugar que parece una cuadrícula perfecta e infinita. Sin embargo, me detuve a poco después; encontré (¡por fin!) un trozo de carne en la esquina de una sala. Intenté asarlo con una antorcha que había tomado, pero el hambre me ganó y lo engullí medio crudo. No traté de ahorrarlo en raciones, ya que me di cuenta de que había más pedazos de distintos tamaños cerca de la habitación, tirados.
Desde ese día tomé ese mismo salón pequeño como mío y hasta ahora he sobrevivido aquí con los pedazos de carne que puedo encontrar. De entre unas tiras de pergamino sucias que hallé escogí las menos sucias y, tomando uno de los utensilios de escritura que también estaban arrinconados aquí, empiezo hoy este “diario de viaje”.

Día 5 (¿?) aquí, segundo día de este registro.

Mi naturaleza inquisitiva no me deja tranquilo. A partir de hoy voy a explorar las habitaciones y los corredores sistemáticamente. Quiero comprender mejor esta arquitectura que inspira a la vez admiración y hastío. Su diseño provoca desorientación, y sumada a mi actual soledad y los ruidos de afuera llevarían a una confusión que podría terminar en desvaríos. Gracias a mi intuición del tiempo y mi espíritu curioso me siento lejos de esa línea. Espero seguir así de activo por mucho y alcanzar a encontrar una salida.

El mismo día, más tarde.

Durante este día fui hacia la izquierda saliendo de mi habitación. Dibujé signos en las piedras de cada intersección que encontraba. De ese lado marqué veintitrés signos, separados medio estadio más o menos cada una, yendo sin desviaciones. Fue inesperado encontrarme de repente un muro cerrando el camino, sin posibilidad de avanzar, ni de ir a la derecha o izquierda, una calleja cerrada. Me pareció curioso que no me di cuenta sino hasta estar a poco de la pared; pensaba que habría una nueva encrucijada, pero el color de las piedras, la escaza iluminación y el sistema de espejos dan la ilusión de que alcanzo ver más lejos de lo que realmente puedo. Volví a mi habitación y, después de dormir, voy a ir a la izquierda en cada cruce y haré el mismo proceso ahí adonde llegue.

Día 7 (¿?) aquí, tercer día de este registro.

Ayer fui a la izquierda de la primera intersección. Encontré por ese lado más de treinta nuevas ramificaciones. Para no repetir mis pasos y perder tiempo hice flechas con cada signo, según la dirección tomada.
Por allí terminé llegando a un gran jardín. Olía muy mal, con la sensación casi palpable de vapores encerrados y mohosos. A diferencia de los pasillos y las salas, no podía ver el techo, que debe de ser altísimo, como un domo, permitiendo el crecimiento descontrolado de árboles y plantas. La vegetación es de un verde muy oscuro, casi negro; parece que no tienen necesidad de sol.
Di unos pocos pasos entre la maleza, y me detuve en seco. Había algo en el suelo al frente, como humedecido por un rocío espeso y oscuro… lo cogí y acerqué la antorcha para verlo… algo que todavía me hace temblar: ¡Huesos…! ¡Huesos y pedazos de carne y piel humanas entre la hierba, casi sumergidos en su propia sangre…!
Caí de rodillas cuando comprobé que en la piel tenía una parte marcada con el símbolo de nuestro emperador, el mismo tatuaje que todos los expedicionarios tienen, como yo, en las costillas bajo el corazón. Cerca de ahí estaban las ropas de mis compañeros, hechas tiras. Busqué sus falcatas. No estaban.
Conteniendo las arcadas salí corriendo a mi sala, pero no soporté mucho más y devolví mi última comida.

Día 8 (¿?), el cuarto de anotación.

Estoy verdaderamente extenuado. Después de la experiencia de ayer no he comido y casi no pude dormir. Tengo la impresión de que hay gente aparte de mí aquí. Camino durante diez o quince minutos y percibo siluetas oscuras y sombras en las esquinas de los muros y el suelo. Me acerco y esas figuras desaparecen; no alcanzo a ver nada con mi antorcha y los espejos de los muros sólo multiplican movimientos escurridizos que me ponen nervioso. En cambio, cuando retomo el camino oigo pasos y algo similar al roce de uñas en las piedras del suelo y muros.
No estoy seguro, pero imagino que hay entre cuatro y seis de ellos. Parecen pequeños, tímidos y no creo que sean inteligentes, pero son numéricamente superiores a mí y no quiero enfrentarlos… por lo menos no todavía…
Es cierto que no conocen el lugar donde estoy habitando y soy lo suficientemente prudente como para perderlos antes de regresar sin problemas. Si pudiera estudiarlos, conocer sus comportamientos, tendría ventaja sobre ellos.

Día 11 (¿?), el quinto…

Hice un descubrimiento a la vez magnífico y alarmante. En mi habitación encontré algunos mapas. Son pergaminos cuadrados, de dos codos de lado, y son tan viejos que no se distinguen los nombres (en lo que creo identificar como acadio) de algunas ciudades, montañas y ríos. La ubicación de ciertos bosques me da una idea de la región mostrada en las cartas, que es una zona bastante extensa. Aun así aparece un gran círculo cuya línea pasa por montañas y ríos sin alterarse. Su contorno fue dibujado deliberadamente con un tono más claro y solo si se aleja la vista se puede notar. Entonces empiezan a formarse ideas en mi cabeza, se juntan pero las rechazo… no es coherente pensar que… Encuentro más mapas, ya sin accidentes geográficos, que explican en detalle ese círculo. Está dividido en “tres niveles” y muchas cámaras y callejuelas que se entrecruzan.
Las ideas vuelven… no aguanto ver esos trazos seguros y sucios… mi mente sigue volando, no se detiene y hace clara mi situación: ¡esto es una ciudadela, subterránea, arcaica…! ¡Estoy encerrado en ella!
Siento un desánimo infernal. ¡Quiero rasgar los mapas! ¡No! ¡Son mi salvación! Evita el pánico, necesito tener control… necesito estudiarlos…



*          *          *

Esto es lo que veo: no es una cuadrícula perfecta como creía, sino que por las distancias entre los corredores y cámaras y las luces mediocres no se notan las leves curvas que tienen todos los pasillos. Van en espiral, con finales muertos, bucles que no llegan a ningún lado… la arquitectura empeora para volverse aún más caótica mientras se llega al centro.
Me sentí impotente cuando comprobé que, incluso si he realizado exploraciones concienzudamente, éstas no se comparan con todo lo que veo en el mapa. La Fortuna me quiere ayudar ahora que he pasado por tanto: hay una escalera entre el nivel inferior (estoy ahí) y el del medio. Llegar a ella de la forma como estaba examinando la maraña de caminos me habría tomado meses. Necesito llegar allá. Mañana voy a buscar la escalera y subiré.

Día 12 (¿?), el sexto…

Casi al mismo tiempo que llegué a la escalera que une el nivel inferior y el de la mitad, tres de ellos me siguieron. Pude verlos un instante, pero hubiera querido no hacerlo: son primitivos, muy sucios, tímidos pero feroces. Se acercaron y uno me agarró del tobillo y acercó sus dientes a mi talón. Del asco y miedo le di una patada y subí corriendo. Escapé zigzagueando por entre varias habitaciones y salas.
No creo realmente haberlos despistado.

Día 13 (¿?), el séptimo…

El segundo mapa, del nivel intermedio, aparece una red aún más intrincada de… ¡Silencio! Tengo que inmovilizarme, incluso mi escritura, porque los siento cerca.
Sí… hay una escalera y está al otro lado de aquí. Camino rápidamente hasta ella, el punto crucial entre el nivel central y mi objetivo, el superior. Oigo sus pasos en cada sala, en cada esquina, y comienzo a dudar de mis facultades. Me parece verlos adheridos a los muros, como fundidos en un solo ente inmenso. Estoy en el profundo vientre de esta aberración. Veo sus brazos delgadísimos y sus pies chatos y anchos saliendo de las paredes, del piso… quieren agarrarme… no puedo descansar… la angustia aparece si me detengo…
Estoy seguro (¡sí, lo estoy!) de que ellos están ahí, en el cuarto de al lado… debo irme…

Día 14 (¿?), el octavo…

Los niveles son verdaderamente vastos. Me toma toda una jornada de marcha desplazarme a través de los corredores y las habitaciones.
Ahora llego al tercer y último nivel de mi travesía. Según los mapas hay, al otro lado de este nivel, una puerta que conduce a un túnel y de ahí al mundo exterior, pero para salir hay que atravesar un río subterráneo.
Si paso ese guardián líquido seré libre de la Ciudadela, de ellos y estas pesadillas.
Luego.

¡Ellos están cazándome! Estoy escondido en un cuarto cerca del paso que da al túnel. Ahora me faltan veinte o treinta pasos para llegar a la salida pero hay muchos, buscando. Son tal vez doce o quince. ¿Mi plan? No sé qué hacer. Tengo una antorcha en cada mano y confío en mis piernas y mi estatura superior. Voy a correr lo más rápido posible, nadar el tramo final y ser libre de este éxodo. ¡Allá voy…!

Más tarde.

¡Logré pasarlos! Corrí y tumbé a dos de ellos, golpeé a otro con la antorcha que me sobraba. Quedaron confundidos por algunos segundos que aproveché para abrir la puerta. Vi el túnel y lo atravesé rápidamente. Llegué al final… a una pared rocosa. No hay río. No hay salida.
Últimamente había sospechado que ellos dibujaron los mapas, pues a la larga ¿quiénes son los habitantes de la Ciudadela? ¿Quiénes la conocen integralmente? Han jugado conmigo todo este tiempo; yo fui el experimento, la presa.
Tal vez sean inteligentes, pero ya no tengo tiempo para verificarlo. Oigo sus pasos y el roce de sus uñas en el piso y los muros. Veo dientes sucísimos en unas sonrisas irracionales que se acercan…

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