Día 3 (¿?) aquí, primer día de este registro.
Hace ya varios
días que no veo a mis compañeros de viaje. Creo que me perdí aquí. ¿Dónde? No
tengo la menor idea. He recorrido este lugar pero no encuentro la salida, ni
siquiera una posible entrada. Las paredes de los corredores y los cuartos están
hechas de piedras negras y ásperas, bastante duras, sin ninguna decoración ni
nada parecido. Pensándolo bien esto es como un laberinto, pero uno no se da
cuenta sino hasta después. Es difícil saber cuánto tiempo he estado aquí; no se
puede ver la luz del sol. No hay tragaluces. No hay ventanas. Pienso que días, horas y todas las medidas de tiempo que usamos devienen obsoletas
en este lugar, pero es la única forma que tengo por ahora de percibir (tratar de
percibir) que sigo en el mundo de los vivos.
Ya no recuerdo
cómo llegué a este sitio. La leve fiebre que tenía empeoró y me indujo en una
especie de letargo, pero es casi seguro en mi memoria que tres más de la
expedición entraron conmigo. Cuando se despejaron mis pensamientos, mis
compañeros ya no estaban a mi lado. Mi falcata tampoco. Totalmente solo y sin
provisiones comencé a buscar a mis acompañantes o, por lo menos, algo de comer.
Caminé mucho a través de la red de corredores y cámaras. Llegué a perderme dos
o tres veces en las mismas habitaciones. A donde miraba aparecía una sombra
impenetrable a lo lejos; mis ojos duplicaban las pocas antorchas y las paredes,
y no sabía si realmente avanzaba.
A pesar de la
falta de iluminación natural, todo este edificio (imagino que es una fortaleza
compleja o algo similar) tiene antorchas. Aunque pocas, una singular serie de
espejos por todas partes provoca que la insuficiente luz se refleje y
multiplique, facilitando desplazarse y ver más adelante. Los espejos van desde
el tamaño de un huevo de gallina hasta algunos que cubren toda la pared, del
piso al techo. El efecto que producen también me hace creer por momentos que
hay más personas aquí. A veces me asusto, pero solo es mi imagen que se repite
momentáneamente ahí donde uno pensaría que comienza un corredor lateral o la
entrada a un cuarto.
Al cabo de un
rato, desanimado, dejé de errar para hacer un recorrido en línea recta y así
tal vez encontrar una pared final en este lugar que parece una cuadrícula
perfecta e infinita. Sin embargo, me detuve a poco después; encontré (¡por
fin!) un trozo de carne en la esquina de una sala. Intenté asarlo con una
antorcha que había tomado, pero el hambre me ganó y lo engullí medio crudo. No
traté de ahorrarlo en raciones, ya que me di cuenta de que había más pedazos de
distintos tamaños cerca de la habitación, tirados.
Desde ese día tomé
ese mismo salón pequeño como mío y hasta ahora he sobrevivido aquí con los
pedazos de carne que puedo encontrar. De entre unas tiras de pergamino sucias
que hallé escogí las menos sucias y, tomando uno de los utensilios de escritura
que también estaban arrinconados aquí, empiezo hoy este “diario de viaje”.
Día 5 (¿?) aquí, segundo día de este registro.
Mi naturaleza
inquisitiva no me deja tranquilo. A partir de hoy voy a explorar las
habitaciones y los corredores sistemáticamente. Quiero comprender mejor esta
arquitectura que inspira a la vez admiración y hastío. Su diseño provoca
desorientación, y sumada a mi actual soledad y los ruidos de afuera llevarían a
una confusión que podría terminar en desvaríos. Gracias a mi intuición del
tiempo y mi espíritu curioso me siento lejos de esa línea. Espero seguir así de
activo por mucho y alcanzar a encontrar una salida.
El mismo día, más tarde.
Durante este día
fui hacia la izquierda saliendo de mi habitación. Dibujé signos en las piedras de
cada intersección que encontraba. De ese lado marqué veintitrés signos, separados
medio estadio más o menos cada una, yendo sin desviaciones. Fue inesperado
encontrarme de repente un muro cerrando el camino, sin posibilidad de avanzar, ni
de ir a la derecha o izquierda, una calleja cerrada. Me pareció curioso que no
me di cuenta sino hasta estar a poco de la pared; pensaba que habría una nueva
encrucijada, pero el color de las piedras, la escaza iluminación y el sistema
de espejos dan la ilusión de que alcanzo ver más lejos de lo que realmente puedo.
Volví a mi habitación y, después de dormir, voy a ir a la izquierda en cada
cruce y haré el mismo proceso ahí adonde llegue.
Día 7 (¿?) aquí, tercer día de este registro.
Ayer fui a la
izquierda de la primera intersección. Encontré por ese lado más de treinta
nuevas ramificaciones. Para no repetir mis pasos y perder tiempo hice flechas con
cada signo, según la dirección tomada.
Por allí terminé
llegando a un gran jardín. Olía muy mal, con la sensación casi palpable de
vapores encerrados y mohosos. A diferencia de los pasillos y las salas, no
podía ver el techo, que debe de ser altísimo, como un domo, permitiendo el crecimiento
descontrolado de árboles y plantas. La vegetación es de un verde muy oscuro,
casi negro; parece que no tienen necesidad de sol.
Di unos pocos
pasos entre la maleza, y me detuve en seco. Había algo en el suelo al frente,
como humedecido por un rocío espeso y oscuro… lo cogí y acerqué la antorcha para
verlo… algo que todavía me hace temblar: ¡Huesos…! ¡Huesos y pedazos de carne y
piel humanas entre la hierba, casi sumergidos en su propia sangre…!
Caí de rodillas
cuando comprobé que en la piel tenía una parte marcada con el símbolo de
nuestro emperador, el mismo tatuaje que todos los expedicionarios tienen, como
yo, en las costillas bajo el corazón. Cerca de ahí estaban las ropas de mis
compañeros, hechas tiras. Busqué sus falcatas. No estaban.
Conteniendo las
arcadas salí corriendo a mi sala, pero no soporté mucho más y devolví mi última
comida.
Día 8 (¿?), el cuarto de anotación.
Estoy
verdaderamente extenuado. Después de la experiencia de ayer no he comido y casi
no pude dormir. Tengo la impresión de que hay gente aparte de mí aquí. Camino
durante diez o quince minutos y percibo siluetas oscuras y sombras en las
esquinas de los muros y el suelo. Me acerco y esas figuras desaparecen; no
alcanzo a ver nada con mi antorcha y los espejos de los muros sólo multiplican
movimientos escurridizos que me ponen nervioso. En cambio, cuando retomo el
camino oigo pasos y algo similar al roce de uñas en las piedras del suelo y
muros.
No estoy seguro,
pero imagino que hay entre cuatro y seis de ellos.
Parecen pequeños, tímidos y no creo que sean inteligentes, pero son
numéricamente superiores a mí y no quiero enfrentarlos… por lo menos no
todavía…
Es cierto que no
conocen el lugar donde estoy habitando y soy lo suficientemente prudente como
para perderlos antes de regresar sin problemas. Si pudiera estudiarlos, conocer
sus comportamientos, tendría ventaja sobre ellos.
Día 11 (¿?), el quinto…
Hice un
descubrimiento a la vez magnífico y alarmante. En mi habitación encontré
algunos mapas. Son pergaminos cuadrados, de dos codos de lado, y son tan viejos
que no se distinguen los nombres (en lo que creo identificar como acadio) de algunas ciudades, montañas y
ríos. La ubicación de ciertos bosques me da una idea de la región mostrada en
las cartas, que es una zona bastante extensa. Aun así aparece un gran círculo
cuya línea pasa por montañas y ríos sin alterarse. Su contorno fue dibujado
deliberadamente con un tono más claro y solo si se aleja la vista se puede
notar. Entonces empiezan a formarse ideas en mi cabeza, se juntan pero las
rechazo… no es coherente pensar que… Encuentro más mapas, ya sin accidentes
geográficos, que explican en detalle ese círculo. Está dividido en “tres
niveles” y muchas cámaras y callejuelas que se entrecruzan.
Las ideas vuelven…
no aguanto ver esos trazos seguros y sucios… mi mente sigue volando, no se
detiene y hace clara mi situación: ¡esto es una ciudadela, subterránea, arcaica…!
¡Estoy encerrado en ella!
Siento un desánimo
infernal. ¡Quiero rasgar los mapas! ¡No! ¡Son mi salvación! Evita el pánico,
necesito tener control… necesito estudiarlos…
* * *
Esto es lo que
veo: no es una cuadrícula perfecta como creía, sino que por las distancias
entre los corredores y cámaras y las luces mediocres no se notan las leves
curvas que tienen todos los pasillos. Van en espiral, con finales muertos,
bucles que no llegan a ningún lado… la arquitectura empeora para volverse aún
más caótica mientras se llega al centro.
Me sentí impotente
cuando comprobé que, incluso si he realizado exploraciones concienzudamente, éstas
no se comparan con todo lo que veo en el mapa. La Fortuna me quiere ayudar
ahora que he pasado por tanto: hay una escalera entre el nivel inferior (estoy
ahí) y el del medio. Llegar a ella de la forma como estaba examinando la maraña
de caminos me habría tomado meses. Necesito llegar allá. Mañana voy a buscar la
escalera y subiré.
Día 12 (¿?), el sexto…
Casi al mismo
tiempo que llegué a la escalera que une el nivel inferior y el de la mitad,
tres de ellos me siguieron. Pude verlos
un instante, pero hubiera querido no hacerlo: son primitivos, muy sucios,
tímidos pero feroces. Se acercaron y uno me agarró del tobillo y acercó sus
dientes a mi talón. Del asco y miedo le di una patada y subí corriendo. Escapé
zigzagueando por entre varias habitaciones y salas.
No creo realmente
haberlos despistado.
Día 13 (¿?), el séptimo…
El segundo mapa,
del nivel intermedio, aparece una red aún más intrincada de… ¡Silencio! Tengo
que inmovilizarme, incluso mi escritura, porque los siento cerca.
Sí… hay una
escalera y está al otro lado de aquí. Camino rápidamente hasta ella, el punto crucial
entre el nivel central y mi objetivo, el superior. Oigo sus pasos en cada sala,
en cada esquina, y comienzo a dudar de mis facultades. Me parece verlos
adheridos a los muros, como fundidos en un solo ente inmenso. Estoy en el profundo
vientre de esta aberración. Veo sus brazos delgadísimos y sus pies chatos y
anchos saliendo de las paredes, del piso… quieren agarrarme… no puedo descansar…
la angustia aparece si me detengo…
Estoy seguro (¡sí,
lo estoy!) de que ellos están ahí, en el cuarto de al lado… debo irme…
Día 14 (¿?), el octavo…
Los niveles son
verdaderamente vastos. Me toma toda una jornada de marcha desplazarme a través
de los corredores y las habitaciones.
Ahora llego al
tercer y último nivel de mi travesía. Según los mapas hay, al otro lado de este
nivel, una puerta que conduce a un túnel y de ahí al mundo exterior, pero para
salir hay que atravesar un río subterráneo.
Si paso ese
guardián líquido seré libre de la Ciudadela, de ellos y estas pesadillas.
Luego.
¡Ellos están cazándome! Estoy escondido
en un cuarto cerca del paso que da al túnel. Ahora me faltan veinte o treinta
pasos para llegar a la salida pero hay muchos, buscando. Son tal vez doce o
quince. ¿Mi plan? No sé qué hacer. Tengo una antorcha en cada mano y confío en
mis piernas y mi estatura superior. Voy a correr lo más rápido posible, nadar el
tramo final y ser libre de este éxodo. ¡Allá voy…!
Más tarde.
¡Logré pasarlos!
Corrí y tumbé a dos de ellos, golpeé
a otro con la antorcha que me sobraba. Quedaron confundidos por algunos
segundos que aproveché para abrir la puerta. Vi el túnel y lo atravesé
rápidamente. Llegué al final… a una pared rocosa. No hay río. No hay salida.
Últimamente había
sospechado que ellos dibujaron los
mapas, pues a la larga ¿quiénes son los habitantes de la Ciudadela? ¿Quiénes la
conocen integralmente? Han jugado conmigo todo este tiempo; yo fui el
experimento, la presa.
Tal vez sean
inteligentes, pero ya no tengo tiempo para verificarlo. Oigo sus pasos y el
roce de sus uñas en el piso y los muros. Veo dientes sucísimos en unas sonrisas
irracionales que se acercan…
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